Imagínate que tienes citado
un nuevo paciente llamado Pepe, de 62 años, y que acude a tu consulta por
primera vez. Como eres un forofo del PAPPS y sigues de cerca a la USPTF
has decidido aplicarle aquellas
actividades preventivas que han demostrado su eficacia. Puedes utilizar un
buscador de actividades preventivas y las recomendaciones que salen son hacerle
cribado de hipertensión arterial y colesterol, cáncer de colon, depresión,
consumo de riesgo de alcohol, diabetes, VIH, y consumo de tabaco.
Resulta que Pepe es obeso,
fuma, y es hipertenso, con colesterol alto, y con historia familiar de cáncer
de colon. Muchas cosas sobre las que intervenir y con muy poco tiempo. ¿Habría
alguna forma de priorizar sobre que intervenir en primer lugar? Esta es la
pregunta que se hacen en un reciente artículo publicado en el Annals of Internal Medicine. Los autores han analizado que intervenciones resultan en un
mayor incremento de la expectativa de vida que pueda tener Pepe. Para ello han
desarrollado un complejo modelo matemático que basándose en las recomendaciones
tipo A o B de la USPTF intenta responder a esta cuestión.
En el caso de Pepe las
intervenciones que más expectativa de vida le darían sería que dejara de fumar (2,8
años de vida), que perdiera peso (1,6 años), y que se controlara la tensión
arterial (0,8 años). Otras recomendaciones como seguir una alimentación sana, tomar
aspirina, disminuir el colesterol, hacerle una colonoscopia, el cribado del
aneurisma de aorta y del VIH , le añadirían cada uno de 0,1 a 0,3 años de vida. En el caso de que Pepe fuera
diabético las tres primeras recomendaciones serian el control de la diabetes,
que dejara de fumar y que perdiera peso (cada una añadiría de 1,4 a 1,8 años de
expectativa de vida).
El artículo va acompañado de
una editorial de gran interés. Medir la eficacia de la prevención en años de vida ganados es una
forma muy interesante e importante de medir lo que se puede conseguir con una
actividad preventiva, aunque sólo tiene en cuenta los cambios en la mortalidad.
Otras formas de medir lo conseguido con las actividades preventivas, como son
la calidad de vida ajustada a la expectativa de vida o el coste- efectividad,
deberían tenerse en cuenta. Por otra parte hay que tener en cuenta el esfuerzo
que pueda suponer el cambio de un factor de riesgo y/o un estilo de vida. Por
ejemplo cuesta más cambiar a una alimentación saludable o perder peso que
controlar la tensión arterial. Y en eso los profesionales sanitarios españoles
(con perdón) somos expertos, preferimos atiborrar a nuestros pacientes con
pastillas para que se controlen la tensión arterial o sus cifras de colesterol
a ayudarles a cambiar sus estilos de vida a una alimentación saludable (a veces también los pacientes lo prefieren). Peor
aún está el tema del consumo de tabaco de nuestros pacientes que solemos
ignorar o menospreciar.
Cambios en la expectativa de
vida de más de 1 año es una meta importante, incluso cambios de semanas podrían
justificar una intervención según los editorialistas.. El orden de las
actividades preventivas a priorizar depende de la edad, el sexo, la raza y la
comorbilidad de cada paciente. También reflexiona sobre la puerta que se abre
para priorizar actividades preventivas según subgrupos de pacientes. El
artículo nos incita a ahondar en el complejo mundo de la prevención más que intentar
proporcionar una herramienta aplicable en la práctica clínica diaria.
Algunas intervenciones
preventivas pueden potenciarse entre ellas, por ejemplo dejar de fumar y el
ejercicio físico. Otras pueden tener un impacto en la salud de otros como puede
ser el cribado del VIH al cortar la cadena de transmisión. Por último la información
y las preferencias del paciente son aspectos de suma importancia que hay que
tener en cuenta a la hora de priorizar.
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