Sabemos
que existe un efecto positivo de la educación en la reducción de la mortalidad
adulta por todas las causas; sin embargo, la magnitud relativa de este efecto
no se ha cuantificado sistemáticamente. El objetivo del estudio Effects of
education on adult mortality: a global systematic review and meta-analysis ha sido estimar la
reducción de mortalidad adulta por todas las causas asociada a cada año de
escolaridad a nivel mundial.
La
educación mostró una relación dosis-respuesta con la mortalidad adulta por
todas las causas, con una reducción promedio en el riesgo de mortalidad del 1,9%
por año adicional de educación. El efecto fue mayor en los grupos de edad más
jóvenes que en los de mayor edad, con una reducción promedio en el riesgo de
mortalidad del 2,9% asociada con cada año adicional de educación para adultos
de 18 a 49 años, en comparación con una reducción del 0,8% para adultos mayores
de 70 años. No se ha encontrado ningún efecto diferencial de la educación sobre
la mortalidad por todas las causas por sexo o nivel socioeconómico. Estos
hallazgos son similares a los efectos protectores de una buena alimentación y adecuada actividad
física, y los daños de factores de riesgo como fumar y el consumo de alcohol.
Los
efectos de la educación sobre el riesgo de mortalidad están mediados por los comportamientos
de salud; por ejemplo, un menor nivel educativo se correlaciona con mayores
tasas de enfermedades cardiovasculares y mortalidad por cáncer. Un nivel de educación
superior facilita el acceso a mejores empleos, mayores ingresos, atención
médica de calidad y mayor conocimiento sobre la salud. Además, las personas con mayor nivel educativo
tienden a desarrollar un conjunto más amplio de recursos sociales y
psicológicos que configuran la salud y duración de sus vidas.
Los
hallazgos del estudio apoyan el papel universal de la educación para mejorar la
salud, y que las inversiones para reducir las disparidades en educación pueden
servir como un importante motor para reducir las desigualdades en salud.
Los autores
concluyen que la educación no puede seguir ignorada como un importante determinante
social de la salud. Considerar las inversiones en educación como
inversiones en salud puede ayudar a abordar esta negligencia.
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