Recientemente participé en
la I Jornada sobre Salud organizada por la Ciudad Politécnica de la Innovación (Valencia 18-12-12),
un evento que buscaba conectar las diferentes áreas que repercuten
positivamente en nuestra calidad de vida. Tuve el privilegio de realizar la
conferencia inaugural que titulé La salud bajo un enfoque integral y cuyo
título fue también el eje central de este foro.
El objetivo que perseguía
con ella era fundamentar la perspectiva de promoción de la salud en el sentido
más amplio del término para manifestar que su objetivo es el desarrollo máximo
del bienestar, la calidad de vida y de recursos para su salud. Es importante
contrastar estas tesis con el discurso dominante en nuestra cultura que
prioriza en muchos casos casi exclusivamente las estrategias para evitar la
enfermedad (prevención, tratamiento y rehabilitación). No resistí la tentación de
compartir con los participantes un personaje y término que me parecen
fundamentales: Aaron Antonovsky y la salutogénesis.
Y es que fue Antonovsky
quien propuso entender la salud como un continuo entre dos polos: el bienestar
(salud) y el malestar (enfermedad), pero asumiendo que ningún organismo podría
conseguir ninguno de los extremos de forma absoluta, esto es ni la salud
perfecta ni la completa enfermedad). Con ello estableció que la salud es un
proceso inestable que debe ser constantemente re-creada y que la perdida de salud
es un proceso natural y omnipresente.
Este autor utiliza una
metáfora: el rio de la vida, para argumentar la perspectiva salutogénica. Ante
un rio embravecido (la vida en sí) hemos de comprender las condiciones que
determinan que una persona tenga la habilidad de nadar bien, pudiendo salvar
remolinos, peligrosas corrientes y disfrutar de las aguas tranquilas. De esta
forma la salutogénesis no se centra en salvar a los individuos que están a
punto de caer por la cascada sino en conseguir que naden bien para que no sean
arrastrados por las corrientes a la caída.
El gráfico de Eriksson y Lindstrom muestra el desarrollo de la medicina (atención y tratamiento) y de la
salud pública (prevención y promoción). Si desde el modelo biomédico sólo se
ayuda a las personas que ya tienen problemas de escapar de la corriente que le
lleva a la cascada, desde la salutogénesis se concibe que al nacer , las
personas caen en el rio (algunas junto a la cascada otras en el lado opuesto) y
esto implica que cada una de ellas tengan más o menos riesgos y más o menos
recursos para la travesía. Así la mejora de las opciones de salud y de la
calidad de vida se basa principalmente en la capacidad (Sentido de Coherencia)
para identificar y utilizar recursos (Recursos Generales de Resistencia).
La distribución de la salud
y de los recursos económicos están imbuidos de posturas totalmente
contradictorias: la coexistencia de la obesidad y el hambre; la realización de
campañas de salud dirigidas a aquellos que más conocen o el contrasentido que
supone la inversión de los presupuestos dedicados a la sanidad en proporciones
tan disonantes si consideramos el modelo de condicionantes de la salud de
Denver.
Me vienen al
pensamiento las reflexiones que Paco
Camarelles hace en el blog educacionpapps: “Extraño mundo en el que algunos
mueren por comer demasiado y otros por no poder comer. Igualmente la esperanza
de vida al nacer oscila en hombres entre los 27,9 de Haití a los 68,8 años en
Japón. Sin duda alguna necesitamos más prevención y más reducción de la pobreza
para hacer frente a la carga de mortalidad mundial.”
El concepto de salud
integral depende de un actor (el individuo) y de un escenario (el entorno).
Centrándonos en el actor debemos contemplar estilos de vida como la alimentación,
la actividad física y sexualidad saludables;
la evitación de factores tóxicos importantes como el alcohol y el
tabaco; pero no debemos obviar otros como son las horas de sueño o esas
circunstancias tan cotidianas como sonreir o el ansia de la felicidad que han
sido objeto de algunas entradas de este blog.
En este enlace podéis ver la
presentación que preparé para esta ocasión.
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