"Pensemos
en los montañeros que se accidentan o se pierden en la montaña, los candidatos
a un trasplante de pulmón que siguen fumando, los enfermos del corazón que se
niegan a abandonar una vida estresada, los obesos que no moderan la ingesta de
alimentos, las personas que practican un sexo inseguro, los que no siguen las
recomendaciones de sus médicos, los que sufren accidentes de motor por exceso
de velocidad y/o sin haber usado el cinturón o el casco. Si todos ellos están
bien informados de los riesgos que asumen voluntariamente, perderían el derecho
a reclamar la misma atención sanitaria que los demás en el sistema público de
salud. La sociedad no parece deberles lo mismo que al resto de los enfermos".
Este
es el “escenario clínico” que nos propone el recomedable artículo publicado en la Revista
Española de Salud Publica ¿Quién es el guardián de nuestra propia salud? Responsabilidad individual y social por la salud.
El artículo reflexiona sobre la importancia de que las personas se responsabilicen sobre sus estilos de vida que pueden causar enfermedad, si la sociedad puede pedir responsabilidad a las personas sobre sus decisiones en salud y quien tiene que acarrear con las consecuencias de estas.
Son
dos los principios éticos que se analizan en profundidad en el artículo, el de
la autonomía de las personas (responsabilidad individual en las conductas en
salud y cuáles son sus determinantes), y
el de justicia en el manejo de los recursos necesarios para atender las consecuencias
de las decisiones en estilos de vida.
Las conclusiones
me parecen muy acertadas: "Resumiendo, la autorresponsabilidad tiene un papel en
la política sanitaria porque contribuye a mejorar el cuidado que las personas
se deben a sí mismas. Pero utilizar el argumento de la autorresponsabilidad
para recortar las prestaciones públicas de salud o para priorizar a la baja a
los enfermos en el acceso al sistema sanitario es falaz. En primer lugar,
porque por lo general es imposible determinar el grado de responsabilidad
individual por la salud. Y, en segundo lugar, porque lo que debemos a los
enfermos no viene determinado por sus elecciones voluntarias, sino por el valor
de la elección y el valor de la salud. El primero depende a menudo de los
determinantes sociales de la salud y el segundo está ligado a la idea de salud
como un bien en y por sí mismo".
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